Publisher's Synopsis
Los falsos cronicones son una serie de obras historiográficas de los siglos XVI y XVII, que pretenden traducir o derivar de obras históricas antiguas, pero que son, en realidad, falsificaciones modernas. La intención era pretendidamente piadosa: demostrar y hacer creer la antigüedad de la devoción cristiana en España, dando pruebas falsas de la predicación en tierras hispánicas de los mismos apóstoles o de santos inexistentes los primeros siglos del cristianismo. Igualmente, los datos históricos se alteraban para introducir hechos históricos inventados que enorgullecían la nación o que daban estirpe genealógicas antiquísimas familias nobles. Fueron creídos y tenidos por fuentes históricas hasta bien avanzado el siglo XVIII.Aparecen en España del último tercio del siglo XVI y la primera mitad del XVII, en el ambiente de la Contrarreforma y con el precedente del éxito de la falsificación de los Plomos del Sacromonte (1558), que no se demostró falsa hasta en 1682, y los fragmentos falsos trasmitidos por el dominico Anni de Viterbo en el siglo XV. Los principales artífices fueron Jerónimo Román de la Higuera, autor entre 1594 y 1.619 de textos atribuidos a Flavio Lucio Dextro, Aulo Halus, Liutprand y otros autores ficticios hispanorromanos o visigodos; Juan Tamayo de Salazar y, más tarde y en menor grado, José Pellicer de Ossau Salas y Tovar o Juan Gaspar Roig .Los cronicones pretendían haber sido escritos en los primeros siglos del cristianismo, por hispanorromanos cristianos, contemporáneos o cercanos a los hechos narrados y, por tanto, indiscutibles. Los hechos inventados, introducidos en obras antiguas, a menudo por modificación y alteración de los datos reales, hacían que la antigüedad de la predicación cristiana en España se remontara al siglo I, en tiempos apostólicos, y que discípulos directos de Cristo o los apóstoles s hubieran encargado de predicar por toda la península durante el siglo I, fundándose hay iglesias y diócesis. Así se conseguía "demostrar" hechos hasta entonces discutidos como la llegada a Hispania de los apóstoles Santiago, que predicaría por buena parte de sus tierras, y Pedro y Pablo de Tarso, que durante su estancia nombraron discípulos como obispos, que se difundieron por toda la península.Estos discípulos desconocidos hasta entonces se formaron por procesos de desdoblamiento de santos existentes, alterando datos de su vida, tales como el lugar de martirio, asignándoles puestos hispánicos. Esto provocó el entusiasmo de las iglesias y fieles, que en muchos pueblos y ciudades encontraron que podían enorgullecerse de contar con un santo antiquísimo, mártir de los primeros tiempos de la fe. Del mismo modo, se vinculaba la fundación de ciudades o de familias nobles a personajes históricos del Imperio Romano o de la Alta Edad Media.Estos engaños fueron creídos por las autoridades, buena parte de los eruditos y los fieles. Aunque pronto hubo voces en contra, aunque en el siglo XVIII escritores crédulos citaban y daban por ciertos los datos de los cronicones. El culto a los nuevos santos introducidos por cronicones, que fue instaurado por iglesias y ayuntamientos (a menudo hacían patrones del pueblo los santos que los cronicones decían que eran nacidos), persistió incluso después de la demostración de la falsedad y arraigó en la devoción popular, manteniéndose en el folklore y en la religiosidad popular. Muchos municipios aprovecharon estos datos para proclamar santos patrones o hacer venerar unas reliquias que adquirían entonces a las excavaciones de las catacumbas romanas: así, Elche proclamó San Agatángelo como patrón, creyendo que, como decía Higuera, era hijo de la ciudad; y Lleida lo hizo con San Anastasi de Lleida o Mataró con las santas Juliana y Semproniana .